Asfalto.

domingo, 24 de mayo de 2009

El asfalto está de testigo.

Algo deberían de importar las manchas de aceite que le hacen envejecer, o las marcas de frenazos, que no siempre han acabado en desastre.
Las señales pintadas por algún niño que trataba de impresionar a su nena. 
Las noches de sexo a la luz de la luna, detrás de cualquier matojo, detrás de cualquier asiento delantero.
Los viajes en busca de Nunca Jamás, a través de túneles y curvas, que desembocaban en el mar.
El intermitente izquierdo fundido, las señales con los dedos. 
Aquella furgoneta que saca un pañuelo blanco con urgencia por la ventanilla.
Esa niebla que se va haciendo más espesa y te obliga a contemplarla, aunque solo sea para maldecirla.
Desviaciones que nos hacen elegir, y acabar en el aeropuerto, dejando algo de nosotros.
Viajeros solitarios, con la ventanilla abierta el brazo izquierdo apoyado en el embellecedor y alguna sintonía en su cabeza. Otros que no pueden pensar, sólo se centran en el guirigay producido por los niños. Algunos van y otros vienen. Otros quieren ir y venir pero se quedan.
¿Quedará algo de nosotros en esos lugares?

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