Relación entre pelo y mujer...

domingo, 15 de marzo de 2009

"Nosotros tenemos una relación bastante errática y conflictiva; suelo odiarlo, suelo amarlo, suelo cortarlo al ras o dejarlo crecer libre y agreste; me quejo de que es pesado, que la cantidad es demasiada, que no es ni chino ni lacio, que se esponja a la Marge Simpson.
Recientemente que lo tengo largo y bello he descubierto en él también una veta inagotable de gasto de tiempo, dinero y esfuerzo, todo el por qué recae en la consabida línea de “es un lujo, pero creo que lo valgo”.

Desde mi temprana tricotilomanía le recomendaron a mi madre que no dejara que tuviera el cabello lo suficientemente largo como para que me lo alcanzara a arrancar o a comer las puntas, cosa que hacía cuando tenía algo así como 4 años. Ella, claro, pensando en el glamour, ignoró toda recomendación y en todas las fotos salgo con dos hermosas y larguísimas coletas sujetadas con ligas con remates de patines, de pelotas de playa, de redondeces traslúcidas.
Yo, claro, arrancaba y comía pelo y ella me regañaba y regañaba sin llegar a ninguna parte.

El problema se puso color de hormiga cuando me llevé de encuentro las pestañas y las cejas; estas últimas, de hecho, hubo que rasurármelas cuando tenía 8 años porque estaban incompletas, mordisqueadas, y se veían horribles. Me convertí en la primera niña que iba con cejas delineadas a la primaria. Era yo muy popular.

Durante mi pubertad decidí que quería ser japonesa (como Yoko Ono, para ser exactos) así que a mi pelo le tocó ser alaciado y puntado de negro. No se me veía muy natural que digamos.

Durante mi adolescencia comencé a cuidar de él como sabía: sacando recetas de revistas. Así, dormí con chongos apretados para estimular su crecimiento, me lo embarré de mayonesa para hidratarlo y hasta le lo lavé con jabón en polvo de lavandería porque decía que lo limpiaba como nada. Efectivamente, quedaba rechinando de limpio, sin un rastro de nada como un residuo, perfectamente pajoso.

Cuando estaba en Europa sobreviví gracias a él por una semana y media porque siendo ilegal en Londres se tiene que ser creativa para no morir de hambre-frío y por recomendación de una amiga, me presenté en la Vidal Sassoon School of Hairdressing donde me pagaron por ser “modelo de cabeza” (así le dicen) sólo por tener el pelo que tengo, en sus palabras: “hermoso, virgen, pesado y abundante”; en las mías: “de teporocha, sudaca, con la maldición de la greña”.
Recuerdo que me lo cortó una japonesa cuya traductora era muy aburrida; luego me lo trató de teñir un holandés (al que reprobaron) y luego de decolorármelo un sueco (a quien creo que también reprobaron, a él entre gritos y maldiciones).

Mi último día en la academia, recuerdo bien, salí de ahí sintiéndome una diva consumada sacada de Vogue con todo y foto de “antes y después”: tenía el pelo mordido en diferentes ángulos de corto, tinte negro y mechas moradas paradas como pavorreal. Yo me sentía soñada y cuando me subí al metro pensé que era digna inmigrante de aquellos monárquicos territorios. Todo gracias a mi pelo de indígena venida a más.

Por ahí tuve una etapa punketa donde mi cabello fue de muchos colores, desde el verde, azul, rosa, magenta y sus derivados en consecuencia de la decoloración propia de estos procesos. La parte más dolorosa era verme de tono naranjoso, una vez mi papá gritó algo como “por dios, corre y píntatelo de verde, te ves horrible!”, lo que prueba que de rubia no la hago.

En algún punto de mi carrera (licenciatura) me lo corté por completo… quedó de menos de medio centímetro de largo, y nunca dejé que creciera, hasta hace como un año y medio. Todavía no me acostumbro a mi melena, pero está ahí y yo la respeto.

Ahora, en mi adultez, resulta que mi pelo y yo no sólo tenemos esta extraña relación sino que somos más cercanos de lo que pensaba; si no es así, cómo se explica el hecho de que parezca estar reflejando mis estados de ánimo?
Últimamente, y a pesar de todos los productos que uso, parece opaco, sin vida y maltratado; los días en que me siento mejor, hasta brilla y se enchina juguetonamente pero hoy, que estoy cansada y fastidiada, está todo electrizado, rebelde y poco manejable.

Siguiendo los consejos que suelen publicar las revistas de periodismo serio como “Tú” o “De 17 a 20″, tal vez triture uno de mis antidepresivos y lo ponga a disolverse en el shampoo… sé que hay gente que eso hace con los anticonceptivos, vinagre e, incluso, el semen.

Tal vez mis reacciones anímicas se reflejen en mi pelo como efecto secundario de alguna droga tardía; de mi dieta baja en casi todo o mis insomnios producto de los malos pensamientos, el rencor contra la humanidad y mi general misantropía / alergia social.

Tal vez, simplemente, esté así de tanto que me lo jalo tratando de entender la de cosas que se salen de la lógica recientemente; está así por muchas palabras despeinándome los pensamientos, arrastrándome desde la raíz por las noches.

Mi pelo hoy es un fiel reflejo de mí; está quebradizo, revuelto, graso, extrañamente erizado y enredado de raíz a puntas a pesar de:

* Champú protector del color
* mascarilla hidratante
* proteínas de seda
* protector del calor
* secador
* plancha
* crema nutritiva para potenciar el color
* Suero alisador
*y cera modeladora


Mi pelo y yo extrañamos ser felices; cosa que es, a mi gusto, el mejor tratamiento para la belleza del cabello y que es imposible fingir en una botella.

Cosas como tú, o tú o tú.
Las fibras capilares los reclaman; esos dedos que descubrían mechones y actividades que derivaban en cosas altamente pornográficas, eso.."

Extraído de: http://porn-pops.com/2007/08/28/mi-cabello-y-yo/

Amy.

2 comentarios:

May Lovecraft dijo...

Joer, me lo he leído enterto XD.

Anónimo dijo...

no veas que te mareas, por lo que parece da que hablar el pelo ese de los... cabeza